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3 poemas a la Madre:

Anonima Madre

Rebeca Bueno Stacey

Para tí, es mi canto;
madre tierra, raíces, vastedad de piedra,
madre máquina, troquel de vida,
madre pan, cifra en este mundo seco.
Madre india, silencio combiado en dolor.
Madre soledad quemada en la curva de los años,
regazo vacío, surco de angustias oscurecido en adioses.
Tu existir es tela de niebla, madre de hijos ausentes
en tu mano tiembla la caricia que te es negada dar.
Madre india, madre resignación,
trémulo contacto de existencia cargada de años,
vendimiadora de miserias más allá de los humanos olvidos.
Madre obrera que cantas amor golpeando insomnios
sobre la cuna dura de una máquina,
mientras tu vientre abierto en dolores
repasa los días de tantas vidas por ti entregadas.
Madre pan, madre proletaria, mi amor está en tí, siembra de eternidades,
madre siempre en agonía, estafada en los caudales de dicha
tu razgas los silencios en olvidos.
Madre casada que fuiste sueños de ternuras, pañales, niñez, luego nada.
Madre soltera, bendita madre en el hijo perdonada, mercancía de placer,
carne semilla de llanto, corazón florecido en tinieblas, madre sin día especial
no hay moneda que compre tu alegría.
Yo surjo de tí, tras las solitarias huellas de tus pies se hace carne mi
angustia sobre el vacío de tu existencia, aquí, donde mi pensamiento se
abre cual aguijón en mi tristeza.

Madre Mia

Rebeca Bueno Stacey

Hoy necesito madre, que tu paz me presida, sólo pudiste
darme tu corta presencia y esta agonía de sentir que
caminamos en lágrimas por la existencia.
Se aquilata tu recuerdo en mi vacío, se aguza el miedo
a lo ignorado.
Estás en la vida que sube por mi sangre y estás en todo
lo que he amado.
Mi corazón ya no conoce el día, sobre la enhiesta cima
de mi quebranto abrazado a tu memoria se ahonda en
dualidad funesta de soledad y llanto. Vedado me está
todo sentimiento, ignoro del hijo la caricia postrera,
impotente en mi amargura siento ensancharse la angustia
en adiós doliente. Simultánea la mente despierta, sigue tu
camino desconocido y estalla mi vida en un gemido
mientras se abre paso la ternura.
Los años con su báculo de confusiones siguen tu huella,
va sangrando la herida y presiento que pronto se
acabarán el sufrimiento y la vida.

EN LOS OJOS
Rebeca Bueno Stacey

Déjame mirarme en tus ojos,
luz de inocencia que perdura
de tristeza vestida, ahora
o quizá llora la niñez ida.

Agua azul, transparente,
jade con nostalgia de cielo,
verdiazules ojos que tienen
algo que invita a la calma.

Azul verde que de mi salieron,
lejana presencia sanguínea
que insiste en vivir latente,
ojos de mi madre ausente
que dejaron su melancolía.

Que de tristeza en ellos se esconde?
Como describirlos yo quisiera;
profundos lagos que guardan
lágrimas de muchas despedidas,
azul donde el adiós perdura.











Donde antes no tenía nada
hoy te tengo a ti,
malograda mi vida, atormentad,
has regresado a mi.

En los recuerdos las lágrimas corrían,
topando en cada puerta,
se detenía mi caminar.

De pronto tu risa me hizo despertar,
fue solo un sueño
que no lo quiero olvidar.

Tu sombra llegaba de allende el mar,
mi amor, ese patético tormento
te salía a encontrar.

Tranquila, sonriente, te recordaré.
Me dijiste: Madre, te encontré
no quiero verte llorar.

No era mucho tu decir
pero viví el milagro de tu gozo,
lejos, pero dentro mi sentir.

Donde antes no tenía nada
ya te tengo a ti.



Rebeca Bueno Stacey

VIGOROSA TRANSPARENCIA
(Semblanza de la poeta Rebeca Bueno Stacey)

"El ser de nácar es un imperioso torbellino"  
Gastón Bachelard

Un ser de nácar, de una piel casi transparente. También fue un torbellino, como un vendaval, llena siempre de sorpresas. Translúcida como el agua limpia.  No obstante su aparente fragilidad, era poseedora de una voluntad férrea. Apasionada, y espiritual y mística a la vez, podía ser un vuelo de palomas o un mar de olas inquietas.  Temperamental, tenía todas las facetas de la artista.  Nada de tapujos ni de doble caras.
Nunca se sintió atada. Nunca le importó el qué dirán.  Por eso sentenciaba: "La libertad tiene un precio muy alto.  Pero los vale."
Tomó clases de declamación con el Dr. Alfredo León Donoso, y desde los cinco años de edad participaba en el Teatro Sucre.
Desde muy joven empezó a escribir sus poemas.
Con su cabellera caoba de fuego y con sus hermosísimos ojos verdes, fue una de las mujeres más bellas de Quito.
Destacaba en ella sobre todo su personalidad única, su simpatía e inteligencia, además de su ingenio y su dominio de la palabra. Era una gran conversadora. Cuando entraba a alguna reunión, todos la rodeaban. Había siempre novedad en sus palabras; talvez por su originalidad y porque decía lo que otros no osaban.  Sus audacias verbales hacían reír.

Fue siempre una enamorada de la vida, de la literatura y sobre todo de la poesía, su confidente y su medio de expresión.

Generosa y de buen corazón, en vida fue una leyenda.  

Dejó una huella profunda su memoria, y quienes la conocieron bien y disfrutaron de su ingenio, le tuvieron un cariño especial.  Muchas veces he oído una expresión que la define: "Ah tu madre!  Era única!  Un ser muy especial!  Y qué inteligencia!  Y qué chispa tenía!"
No fue fácil su vida. Con la ternura del pétalo, era recta como un tallo de rosa y tuvo en su camino muchas espinas. Ambuló por el mundo atormentada. Y por su misma sensibilidad, sufrió mucho, por lo que en distintas épocas cayó en depresiones abrumada por el sinsentido de las cosas.  El mundo no es todo belleza.

Siempre tuvo pasión por los viajes, por los mapas. Fue viajera empedernida. Para ella no había fronteras. Vivió en Europa, radicando en España en Madrid y luego en Málaga. En Chile arraigó mucho tiempo.

Retornó a su tierra tras una larga ausencia de veinte años. Amó Chile, amó su tierra propia, su paisaje, su gente y su capital. Tenía recuerdos vivos de su infancia en las haciendas andinas de su familia y  la vida que le tocó en un Ecuador tan diferente del actual.
Mujer de mucha personalidad,  era muy segura de sí.  Gustaba tener sus cosas en orden y la casa limpia. Talvez era esto un vestigio de su sangre inglesa. No le interesaba lo material en lo más mínimo. Gustaba de los buenos libros, con su enorme deseo de conocimiento.  Era una lectora empedernida.

Amó a los animales: los perros, los gatos, los caballos en especial. Y amó la Naturaleza, y de ella, la tierra y sus productos. La conocía bien. Sabía mucho de agricultura, de las  siembras, de las cosechas, de podar los árboles, de las plagas y sus curas y de las enfermedades de los animales.

Nunca menospreció al humilde y tuvo amistades en todos los sectores sociales. Sufría por el dolor del pobre, por las injusticias. Varias veces participó en protestas sociales. Tenía un extraordinario sentido para conocer a la gente. Muchas veces sus palabras de advertencias  resultaban proféticas.

Religiosa en un sentido amplio y universal de la palabra, exploró los territorios de la filosofía Zen y así mismo ahondó en la religión cristiana. Fue creyente y practicante. Sus poemas místicos son oraciones fervientes de pensamiento profundo. En lo más minúsculo encontraba lo divino.

Todo en ella era inusual, imprevisible. Era, ante todo, ella. Algo había en su persona que atraía a todos. Sabia y humilde a la vez, fue siempre un manojo de sorpresas. Sencilla, pero siempre original, inconfundible,  diferente. Dueña de su voz, de su palabra, de su pensamiento, de su ser, de su vida. Mujer nacida fuera de su época, talvez era más de este siglo que del pasado.

De una rectitud profunda, su alma diáfana era un cristal frágil. Madrugadora, amante del amanecer, se afanaba en asir cada día en el mínimo detalle, en la nervadura de la hoja, en el movimiento del gorrión, en el morir de la tarde con el parpadeo del sol y con su huida misteriosa.  

Todo le causaba azoro  y ese azoro lo volvía poesía: en sus poemas quiso abarcar la vida entera en todas sus facetas, indagar en todos sus misterios.

Captó los matices más diversos de la existencia. Supo valorar cada instante. Percatarse de lo que otros no perciben. Con el don del asombro perpetuo y la alegría que da el  saber observar la maravilla de la existencia sin atarse a formalismos, su vocablo estaba por encima de las cosas pasajeras. Supo captar la fascinación del instante en sus versos.

Torrente de entrega, como la cauda de una estrella vive en las páginas de sus poemas. Vibra, palpita, recorre y recupera mundos, rincones, personajes, instantes.  
  
Así era mi madre, Rebeca Bueno Stacey.
Alicia Albornoz Bueno

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