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Por Marcelo Dotti Almeida
Jorge Mario Bergoglio, el arzobispo de Buenos Aires que enfrentó de pie al corrupto régimen de los Kirchner, es ahora Papa de la Iglesia Católica y jefe del Estado más antiguo y célebre del mundo: el Vaticano. Adoptó el nombre de Francisco como emblema de mansedumbre y humildad, aquella que legó a la historia el Santo de Asís hace 8 siglos.
Bergoglio es depositario de un poder espiritual y moral de valor permanente, y por encima de la temporalidad de cualquier otro Estado actual o anterior en el mundo. El ahora Pontífice lo sabe bien y ha asumido su enorme responsabilidad con la decisión propia de los genuinamente humildes, es decir, con la valentía imperturbable que se pone a órdenes del martirio en cualquier momento. Karol Wojtyla, Juan Pablo II, fue baleado por un sicario del Kremlin por exhibir esa misma actitud dispuesta a los riesgos, cuando denunció la podredumbre del socialismo. Y Bergoglio-Francisco sigue esa misma senda cuando viene denunciando la arrogancia del poder político o económico donde quiera que enseñe sus garras.
Apuntar el dedo "index" contra los abusos y la corrupción acarrea - ipso facto - la reacción virulenta de los indexados, y Francisco ya tiene detractores dispuestos a desprestigiarlo, tanto como los tuvo Juan Pablo II a su turno. Pues, se trata de valerosos que entienden que el ministerio de la Fe y el apostolado deben ser inexorablemente esforzados y estar dispuestos a las pruebas extremas. El nuevo Papa ha empezado dándole empellones a la descomposición moral en el seno de la propia Iglesia: curas pederastas y obispos usureros acaban de irse al diablo gracias a la decisión del Pontífice, que bien hará en empezare a cuidarse de los insignes farmaceutas italianos y sus pócimas venenosas.
Era un secreto a voces que la Iglesia mantenía sórdidos y soterrados vínculos con las mafias italianas esparcidas a lo largo y ancho de la península: la Cosa Nostra siciliana; la Sacra Corona Unita de Puglia; la Camorra napolitana; la Ndranghetta de la Regina (Calabria); la Benedetta Mercante de Venecia; o la vieja Casa Onoratta de Córcega a la que pertenecía la familia del joven Napoleone Buonaparte, desde el siglo XIII. Y es que siempre le fue difícil al poder político formal, o al poder eclesiástico en este caso, mantenerse al margen de la influencia o de la amenaza de los hombres violentos y temibles del crimen organizado. En ello siempre han primado dos factores férreamente soldados a las mafias: inspirar el miedo y tentar con el dinero de modo que los mafiosos, armados con estos poderosos sentimientos han hecho metástasis en el tejido social, allá a donde han ido a sentar sus reales (sus cuarteles) como el caso de los Estados Unidos. En este país, un presidente y su hermano pagaron con la vida la "osadía" de desafiar a la mafia, en la década de los sesentas del siglo pasado.
Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, a medio siglo de distancia del asesinato de los católicos Kennedy, acaba de hacer lo propio en la mismísima casa de los mafiosos calabreses, que habían organizado una procesión religiosa llevando a la Virgen María, patrona de la Provincia de la Regina, y haciendo que la imagen se detenga a hacerle reverencia y homenaje al capo, Don Giuseppe Mazzagatti. El Papa, sin que le temblara la mano ni sintiera pizca de miedo acaba de excomulgar a los mafiosos de la Ndranghetta calabresa y a todos los demás, estén donde estuvieren y llámense como se llamaren.
Dicho sea de paso, este extraño nombre de Ndranghetta viene del griego andrágathos que significa "hombre valiente"; por esto y por todo lo dicho, Su Santidad acaba de dar un testimonio de inmensa valentía al servicio del bien, muy parecido a un acto temerario. Porque la lucha contra el mal no debe sentir timideces y si estas le tientan a la inacción al alma del cristiano militante, éste debe estar dispuesto a ser testigo, es decir, al martirio.
Mafia en sentido extenso es toda corrupción que se aprovecha del poder para robar intimidando, o para intimidar robando. La mansedumbre y la humildad no pueden ser confundidas con cobardía, los genuinos cristianos deben señalar y denunciar a los corruptos y violentos traga-hostias, e ir con la sonrisa en los labios al encuentro con el peligro. ¡He ahí Francisco y su mansa valentía!
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