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                    Enfoco en dos de las más importantes  de  las  varias lecciones que ofrece esta realidad histórica, porque además tienen gran  relación con las circunstancias de países que enfrentan problemas de malestar  social.  Cuando triunfó Mandela en las  elecciones de 1994, lo que le convirtió en el primer presidente negro de una  nación en que la minoría blanca por décadas ocupó todos los ámbitos e  instancias del poder, y en la que el racismo imperante determinó una evolución  histórica en la que la mayoría negra cargó con la peor parte de una relación de  enorme injusticia social; todos, tanto blancos como negros,  esperaban que la venganza sería por lo menos  proporcional a la injusticia de la época que le precedió. Pero no, el magnánimo  y astuto Mandela,  que por su trayectoria  será una luminaria cercana a Ghandi o al mismo Jesucristo en los anales de la  historia mundial,; inclusive enfrentándose contra la poderosa  y generalizada corriente sedienta de venganza  con la  que querían actuar sus hermanos  de raza que le habían electo, se dio modos para lograr una serie de sucesos extraordinarios,  que se consolidan en un súper milagro, de los más grandes que se han dado en la  historia de la especie humana: primero, logró que su pueblo retroceda en la  decisión de sustituir tanto el himno como los colores de la selección de Sudáfrica,  que los consideraban imposiciones de los blancos; segundo, logró que la  población negra, que no solo era indiferente al “rugby”, sino que por odio a su  selección, casi en su totalidad conformada por blancos, solían hacer barra a  cualquier equipo que la enfrentara, gradualmente vayan desarrollando una  adhesión por “su equipo”, con miras al campeonato mundial de rugby de 1995;  tercero, Mandela lideró el proceso que condujo al equipo de rugby de Sudáfrica  desde una mediocre ubicación de tercera categoría, hasta la conquista del  campeonato mundial, ¡sin perder un solo partido!.  | 
                  
                  
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                    De la mano de este espectacular proceso, el  liderazgo de Mandela fue gradualmente desmoronando las gigantescas barreras y  odios que eran la herencia del apartheid, y sustituyéndolas por el “super milagro”  que era lo único que posibilitaría que esta historia no tenga un desenlace  cruel y sangriento: el perdón. ¡Qué lección!, ¡Qué envidia!. ¡Qué anhelo de que  en nuestros países  llegue el día que los  ciudadanos nos reconciliemos entre nosotros y con nuestro pasado,  y logremos arrimar el hombro y empujar todos juntos  en una misma dirección!. ¡Otra será la historia!. Ese es el principal desafío  que enfrentan quienes pretenden ser   nuestros líderes. Esa es la segunda lección.   |