
                  ¿De  verdad soy ecológico? 
                    La inteligencia ecológica activa se  basa en nuevos valores, en un cambio de pensamiento y de expresiones, en el  decrecimiento, la acción y la coherencia. Si somos lo que pensamos y decimos,  seremos lo que pensamos y digamos. 
                     Por: JUAN PELAEZ, 07/11/2011
                    Me pregunto con frecuencia, ¿soy ecológico? ¿Actúo  para que se produzcan cambios positivos para mí, para quienes me rodean y para  el mundo en general? Existen indicios de que la sociedad en la que vivo no. Sin  embargo, esa respuesta solo me seria valida si deseara delegar mi  responsabilidad en los demás. Es la una trampa para no madurar.
                    
                    
                    Desconexión moral entre la acción y  sus consecuencias
                    
                    
                    Entre una acción y sus consecuencias nos podemos distanciar tanto que parece no  existir culpables. Entre una medida del Banco Mundial o del Fondo Monetario  Internacional y la pobreza en un país, parece haber una distancia tan enorme  que quienes toman las decisiones en estas entidades, no se sienten culpables de  las acciones que llevaron a cabo. Así nosotros tampoco nos percibimos como  responsables de que nuestras zapatillas hayan sido cosidas por niños en régimen  de semiescalvitud en algún país lejano. Lo mejor es delegar la culpa en los  demás y no hacernos responsables. Meses atrás conversaba con un líder de la  extrema derecha española. Me comentaba que la crisis es debida a los mercados,  algo sin nombre y lejano. La negación de los hechos es un fenómeno conocido y  peligroso en psicología. La negación social lo es aún más cuando se transforma  en un patrón de comportamiento.
                    Hace poco cayó en mis manos el libro de Daniel Goleman “Inteligencia Ecológica”.  Posee interesantes reflexiones sobre todo en el campo del consumo, las empresas  y los consumidores.
                    En la obra se reflejan datos que llevan a estremecerse:
                    >> En Estados Unidos se emplean ochenta y ocho millones de bolsas de  plástico al año.
                    >> Las bolsas de papel, que se plantean como alternativa, parece que  requieren más energía y agua para su fabricación que las anteriores. Muchas de  bolsas de tela que nos ofrecen en los supermercados, provienen de países en los  que se explota a la mano de obra o que se contamina sin control.
                    >> Gran parte de la publicidad sobre los productos verdes, ecológicos… No  es más que una herramienta de marketing para vender más. Se incide en unos  aspectos pero no en otros. Por ejemplo, en las impresoras de ordenador. Nadie  habla del impacto de la calidad del aire en las oficinas donde se encuentran  instaladas y sus repercusiones sobre la salud de lo trabaja dores. Tampoco nos  ocupamos de la obsolescencia programada que las lleva a inutilizarse después de  un número de copias. La importancia de que mil millones de personas en el Mundo  consumen 32 veces más que el resto de los habitantes del planeta. De ello  deduce que polucionan 32 veces más.
                    Tras leerlo volví a mi pregunta. ¿Soy ecológico? ¿Actúo para que haya cambios  positivos?
                    Nos ha tocado vivir en una sociedad en la que nuestra coherencia está  comprometida. Aún si se tiene una alta conciencia de que es lo que nuestras  acciones de consumo producen, en ocasiones es complicado evitarlas. Por  cuestiones de imagen social, de comodidad…
                    El neoliberalismo está basado en el consumo. En una manera de consumir ahora más  y sin límites. Con axiomas que propugnan que los recursos son infinitos y que  si no lo son, la tecnología lo solucionara y que por tanto podemos malgastarlos  cuanto nos venga en gana.
                    Nada más tenemos que examinar nuestra sociedad y observaremos que:
                    >> Desplazarse en transporte público en economías basadas en el  permanente uso desaforado del petróleo como Estados Unidos o Canadá, es muy  complicado.
                    >> No cambiar de ropa con la moda hace que nos encontremos fuera del  flujo social y en los trabajos o en las relaciones sociales seamos mal vistos.
                    >> No tener coche o no cambiarlo empieza a ser una rareza.
                    >> Una casa sin televisor, vídeo, ordenador, DVD, consolas… nos  parece una vivienda de otro planeta.
                    >> Lavar las bolsas de plástico para reutilizarlas… a quien se le puede  ocurrir tal disparate con la cantidad de ellas gratuitas que están a nuestro  alcance.
                    >> No cambiar con frecuencia de móvil es poco menos que pecado y mucho  mas no tenerlo. Como si antes no hubiéramos podido vivir sin él.
                    >> No consumir bebidas o alimentos enlatados es un esfuerzo ímprobo.
                    >> Nos levantamos con la necesidad de comprar cada día una botella de  plástico de agua. En cantidad de dos litros parece que la necesitamos para  vivir presionados por las campañas de publicidad. Adquirimos productos  envueltos en plástico recubierto por un embalaje de cartón impresos con tintas  contaminantes. 
                    Se nos olvida que puedo decidir si cambio de móvil, si cambio de vehículo, si  compro latas de aluminio, si adquiero botellas de plástico por muy reciclables  que sean, si cambio de ordenador o de cámara fotográfica, si voto o no… Puedo  decidir si actúo o no. No es interesante para mí pensar en que el gobierno  reciclara lo que consumo. Tampoco que alguien desconocido controlara la calidad  de lo que compro. O que unos inspectores fantasmas vigilaran para que nadie sea  explotado. Es mi responsabilidad. Debo aceptarla. Lo demás es una negación,  solo colabora a mi inmadurez y a que no sea coherente entre lo que pienso, hago  y digo.
                    Las investigaciones que cita Goleman sobre la neurociencia, aplicadas a las  empresas y a la política, dotan a estos grandes grupos de una capacidad de  manipulación cada vez más elevada.
                    Consumir ahora, ya
                    Sabemos que nuestros circuitos cerebrales tienden a prestar más atención al corto  plazo que a los años venideros.
                    Esta propiedad lleva a que el consumo que impera sea, utiliza ahora y mañana,  el año que viene o las generaciones que nos sucederán, ya veremos.
                    Este reacción sobre lo inmediato es una herramienta de supervivencia instaurada  en el comportamiento más primitivo de nuestro ser.
                    La dinámica del aquí y ahora es en la que funciona nuestra sociedad. Esto  implica complejas consecuencias. Una de ellas está relacionada con la ética,  más allá de la moralidad. La moral social la podemos basar en una serie de  leyes que nos obligan a todos. Pero legiones de abogados, entrenados para ello,  siempre pueden encontrar los espacios vacíos entre las palabras para conseguir  lo que desean sus clientes.
                    Muchas empresas mineras, de energía, química, partidos de la derecha y de la  izquierda se rigen por las leyes pero sus letrados facilitan que contaminen, corrompan, evadan capitales y que todo esto se encuadre de la  legalidad. Su objetivo, conseguir los mayores beneficios en el menor iempo  posible. Ya, ahora, aquí.