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Ignacio, autor de esta nota, y su padre, René Cordero, trasladando la imagen de la Virgen del Carmen a la lancha que la transportará a lo largo de la procesión.

MISIONES FAMILIARES, por Ignacio Cordero
Hace algunos días tuve la oportunidad de conocer el pueblo de Bolívar, una pequeña isla en la costa de la provincia de Esmeraldas. Con una población de no más de quinientos habitantes, sin agua potable ni calles asfaltadas, y dos o tres tiendas, esta población es un pequeño paraíso terrenal. Este lugar insólito fue escogido por la familia de Schoenstatt, guiada por nuestra Madre Tres Veces Admirable, para realizar las misiones familiares y apostólicas. Luego de ocho meses desde la primera visita al pueblo y de dos misiones en ese periodo, fuimos invitados a las fiestas de la Virgen del Carmen, patrona de Bolívar. Tuvimos la oportunidad de acompañar a la gente en un recorrido en panga entre los mangles, acompañados de una estatua de la Virgen, disfrutar de un ceviche de concha, celebrar misa, y compartir un tiempo especial con los habitantes de la isla. Aun cuando fue un solo día de visita, fue un momento muy especial que causó un impacto profundo y de reflexión.
                Tenía la idea de que en las misiones, o en cualquier actividad de ayuda, uno llega con la postura de ensenar al resto como si fuera un charla de profesor a estudiante: uno reúne a un grupo de habitantes y explica cómo se debe llevar  una familia, cómo se debe trabajar, cómo se debe rezar a Dios y pedir a María que nos cobije en momentos de necesidad. Creía que el acogimiento de estos habitantes sería  inmediato y que los cambios se empezarían a ver a la mañana siguiente. Pero estaba muy equivocado. Uno no puede llegar a un lugar que no conoce y tratar de imponer enseñanzas a gente donde uno está “invadiendo” el lugar donde viven. Poniéndome en el lugar de un joven de mi edad en Bolívar, yo nunca escucharía a otro joven que viene de la ciudad y cree que luego del saludo puede sentarse a darme una charla magistral de cómo debo vivir, cuando seguramente esta gente ha vivido momentos mucho más intensos y fuertes de lo que yo he vivido. Aprendí que primero uno debe suavemente romper las diferencias y barreras, como conversar primero del futbol o de la música, y así poco a poco encontrar similitudes para así ser acogidos y poder tener una conversación bilateral. Con paciencia, a veces soportando el rechazo y escuchando primero lo que la otra persona tiene que decir, se puede ir transmitiendo mensajes y consejos para ayudarles a mejorar su situación y estilo de vida.
                Como un joven que recién termino la universidad y está entrando en la etapa de independencia y crecimiento profesional, he podido reflexionar sobre lo importante que es conocer a gente que vive en una situación muy diferente a la mía. Con las misiones, uno tiene la suerte de adentrarse en el estilo de vida de esta gente que está muy necesitada, y poder tener una perspectiva interna de cómo viven y los problemas que enfrentan. Así uno puede aconsejar de una manera más profunda y directa, sin imponer lecciones y así teniendo un acogimiento más fructífero para el cambio. Y, lo más importante, es que es una ayuda para ambas partes,  porque uno regresa con un mayor entendimiento de cómo se puede ayudar a la gente que necesita, y sobre todo con un mayor crecimiento espiritual.
                Creo que como jóvenes que tenemos la suerte de poder estudiar y vivir en familias que nos forman como personas integras y cristianas, debemos conocer la situación de otra gente que no tiene la misma suerte que nosotros. Es importante que mientras nos preparamos para salir al mundo y trabajar por nuestro futuro, tengamos muy en mente y conozcamos de manera personal los problemas de gente necesitada. Solo así creceremos como personas de bien, que logran un cambio en su país y en nosotros mismos, y podremos acercarnos poco a poco a una Patria de María.

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