La baja natalidad es la base de la crisis económica
Esta crisis tiene su origen en el hecho de que hemos negado la vida,
no hemos tenido hijos, o además de no tenerlos, incluso los hemos
matado, y por tanto hemos reducido el crecimiento de la población por
debajo de los ritmos naturales
Autor: Ettore Gotti Tedeschi | Fuente: http://www.forumvida.org
En las decenas de debates en los que he participado sobre la actual
crisis económica en los últimos dos años, raramente he oído afrontar
el problema de sus orígenes y de su realidad histórica. Por ello
intentaré razonar sobre estos temas de una forma que no es habitual.
El origen de esta crisis económica no reside en el uso equivocado de
instrumentos financieros por parte de banqueros o políticos o
financieros. Esta crisis tiene su origen en el hecho de que hemos
negado la vida, no hemos tenido hijos, o además de no tenerlos,
incluso los hemos matado, y por tanto hemos reducido el crecimiento de
la población por debajo de los ritmos naturales, penalizando
gravemente el crecimiento económico, el desarrollo, el bienestar.
¿Por qué razón estas cosas no se dicen? No de dicen porque se
consideran de carácter moral. Y todo lo que es de carácter moral no se
considera porque aparentemente no es científico.
Como afirma también el Papa Benedicto XVI en la Caritas in Veritate,
el origen de esta crisis es de carácter moral: se ha negado la vida.
En el primer capítulo de la encíclica, el Papa recuerda las dos
encíclicas de Pablo VI, Populorum Progressio (1967) y Humanae Vitae
(1968). Pablo VI sugería que una lógica de desarrollo económico no
podía prescindir del valor del hombre y por tanto del valor de la
vida, y que el desarrollo debía ser integral para el hombre y no sólo
material.
De hecho, en la Caritas in Veritate, Benedicto XVI expone con una
racionalidad extrema el hecho de que la consecuencia del no respeto a
la vida y a un desarrollo integral del hombre ha generado una forma de
nihilismo y un alejamiento de la cultura contemporánea de toda forma
de verdad o de principio de referencia. Este reduccionismo ha
influenciado a la economía, las finanzas, la política, hasta el punto
de conseguir una forma de autonomía moral que se ha convertido en
enemiga del hombre.
Sobre las razones del derrumbe del desarrollo económico que ha llevado
a esta crisis, ya en 1968, en la Universidad de Stanford, el profesor
Paul Ralph Ehrlich comenzó a proponer una teoría neo-malthusiana suya
según la cual si el crecimiento de la población hubiese continuado al
ritmo de los últimos años, habría provocado un fenómeno que fue
considerado aterrados en su momento: es decir, centenares de millones
de personas antes del año 2000 habrían muerto de hambre por la falta
de recursos.
Algunos años después, en un libro titulado “Los límites del
desarrollo”, elaborado y propuesto por el Club de Roma y por muchos
otros círculos similares, volvía a proponer las profecías
catastróficas de Ehrlich, sosteniendo que la tasa de crecimiento de la
población era demasiado alta, que había que detenerla, de lo contrario
decenas de millones de personas morirían de hambre antes del año 2000
en Asia, en China y en India. Imaginaos un poco: no sólo no han muerto
de hambre, sino que han llegado a ser más ricos que nosotros, hasta el
punto de sostener en pie nuestra economía.
¿Y quién ha producido esta riqueza? Ha sido precisamente el
crecimiento de sus poblaciones. ¿Qué provoca un sistema económico que
no tiene hijos? Me limito solo a mi conocimiento de los hechos y
exclusivamente a las “cunas vacías”. Los “no nacimientos” provocan una
forma de congelación del número de la población y en consecuencia el
aumento de los costes fijos de una estructura económica. En los años
70 el mundo estaba dividido convencionalmente en cuatro grandes áreas:
el mundo desarrollado, cerca de mil millones de personas, con Estados
Unidos, Canadá, Japón y Europa; después estaba el segundo mundo, el
del bloque soviético; después estaba un mundo en vías de desarrollo; y
finalmente, el cuarto mundo, en condiciones de grave subdesarrollo.
En aquellos años, el llamado mundo desarrollado, a causa de las
teorías neo-malthusianas, bloqueó el crecimiento de la población de un
4-4,5% a una bajada progresiva hasta el 0% de los años Ochenta, sobre
todo en Europa, Estados Unidos, Canadá y Japón.
¿Sabéis que significa crecimiento cero? Uno piensa: ¡no se tienen
hijos! No, crecimiento cero quiere decir que se tienen dos hijos por
pareja, que es la tasa de sustitución. El crecimiento cero provoca la
congelación del número de una población y cambia su composición: hay
menos jóvenes que acceden al mundo del trabajo y de la productividad,
y más personas que salen del mundo del trabajo por ancianidad. Esto
provoca por un lado una menor productividad, un detenimiento del ciclo
del desarrollo social, por tanto se casan menos parejas, menos parejas
tienen hijos, y por otro aumentan los costes fijos. Porque las
personas que envejecen tienen un coste mayor como pensiones y como
sanidad, Este es un fenómeno que fue ignorado completamente.
El crecimiento cero provoca la imposibilidad de reducir los impuestos
porque aumentan los costes fijos: en 1975 el peso fiscal en Italia era
del 25% del producto interno bruto, hoy es el 45%. El fenómeno de las
cunas vacías no sólo frena completamente el crecimiento, sino que hace
caer la tasa de acumulación del ahorro, porque una familia con un solo
hijo tiende a no ahorrar, pierde motivaciones y no ve grandes
perspectivas.
¿Qué hizo nuestra civilización desarrollada para compensar la caída
del desarrollo consiguiente a la caída de los nacimientos? Llevó a
cabo dos intervenciones concretas de carácter económico: el aumento de
la productividad; y la deslocalización productiva. El aumento de la
productividad a través de la innovación tecnológica, intentando
producir más para hacer crecer más la tasa de desarrollo. La segunda
estrategia fue la deslocalización productiva, es decir, la
transferencia a Asia de una serie de producciones de bajo coste con el
objetivo de obtener bienes que costaban menos y que hacían aumentar el
poder adquisitivo. Pero tampoco esto bastó. Entonces se adoptó el
llamado sistema de crecimiento a débito, haciendo endeudarse al
sistema económico y sobre todo a las familias.
Os doy dos números: desde 1998 hasta 2008 el endeudamiento del sistema
“Italia” ha crecido del 200% al 300% del PIB, es decir, un 50%. Todo
esto para sostener una tasa de crecimiento que prescindía
completamente de los nacimientos y del crecimiento de la población.
Pero fue aún peor en los Estados Unidos, cargados también por
exigencias de presupuesto militar. En los últimos 10 años, desde 1998
hasta 2008, el peso del endeudamiento de las familias americanas sobre
el PIB pasó del 68% al 96%, es decir, 28 puntos porcentuales. 28
dividido entre diez hace 2,8 al año de crecimiento debido
completamente a la tasa de endeudamiento de las familias: es decir,
las familias, para sostener los consumos y el crecimiento económico
del PIB se han endeudado hasta un nivel insostenible.
Las familias se han encontrado siendo ellas subsidiarias del Estado,
en lugar de lo contrario. Las familias se han endeudado durante muchos
años, han visto derrumbarse el valor de sus inversiones, han visto
caer el valor de la casa que habían comprado, han visto derrumbarse el
valor de su fondo de pensiones, y todo esto endeudándose para mantener
en pie casi el 75-80% del producto interior bruto americano. ¿Y todo
esto por qué? Porque no se tenían hijos o no se dejaban nacer
suficientes; está claro, y lo sabemos todos, que la tasa de
crecimiento americano de la natalidad era levemente superior, pero
ello se debía mucho también al proceso de inmigración
latino-americana, que no ha sido suficiente para compensar las
exigencias del PIB americano.
En conclusión: hace muchos años pensábamos que no teniendo hijos nos
habríamos convertido en más ricos, habríamos estado mejor. Ha sucedido
exactamente lo contrario: no teniendo hijos, nos hemos convertido en
más pobres y estaremos mal durante mucho tiempo si no conseguimos
desinflar este sistema de endeudamiento y si no volvemos a dejar nacer
al menos a los niños concebidos.
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