Oscar me envía este testimonio de un barrio de los suburbios de Roma, que me ha gustado mucho. Es un signo de que a Dios le basta con un par de peces y unos mendruguillos para alimentar a multitudes… o, como en este caso, con un sacerdote que se ponga en sus manos para transformar un barrio.
En este mundo, en el que las únicas unidades de medida usadas como referencia son el euribor y la báscula, parece que miseria, enfermedad y muerte sólo pueden ser categorías económicas o de bienestar/salud. En realidad existen muchos casos de miseria, de enfermedad y de muerte que trascienden el plano económico de la existencia y se están instalando en el plano espiritual. Hablo de la miseria de Fe, de la enfermedad del alma, de la muerte en vida que supone el pecado… observando con los ojos de un cristiano, en una sociedad como la nuestra, los pobres, ciegos, sordos, mudos, tullidos, endemoniados se multiplican. A veces, engañados por el demonio de la desesperanza, nos parece que nadie pone remedio.
No es así.
Setteville di Guidonia es un suburbio perteneciente al Comune de Guidonia Montecelio población de la periferia de Roma, ubicada al paso de la Vía Tiburtina entre la ciudad eterna y la famosa población de Tivoli (donde tantos ilustres romanos del pasado como Adriano tenían su residencia de verano).
Como tantas otras barriadas periféricas de Roma, Setteville creció casi sin permiso. Una casa aquí y un edificio allí, carreteras sin asfaltar o llenas de agujeros, falta de aceras… La población creció mas o menos al ritmo que crecía el barrio, sin orden ni concierto y con el poso de la desesperanza y la amargura que existe en la periferia de cualquier gran urbe. En Setteville, como en tantos otros barrios, los ojos de los políticos sólo se fijaron en los impuestos que se podía recaudar de aquellos trabajadores que pasaban media vida de atasco en atasco y así, sin tener en cuenta la dignidad y los derechos de las personas que allí habitaban se les fue dejando de la mano de Dios, de tal forma que, las madres tenían miedo de sacar a los niños de casa porque por la zona merodeaban perros rabiosos abandonados (estas cosas no sólo pasan en Somalia).
Mientras los maridos se mataban a trabajar en las industrias romanas y perdían media vida transitando (ahora se dice tráfico lento con paradas) por la Tiburtina las mujeres iban generando el único sustento social, basándose en la hospitalidad y la humildad aprendida de sus padres (pues allí casi todos son hijos de inmigrantes de otras partes de Italia que llegaron a Roma en busca de fortuna) y en los criterios de buena vecindad y moral católica aprendidos desde siempre.
Cabe destacar que, hasta ese momento, la única institución que había hecho algo por la gente de Setteville era la Iglesia que abrió una parroquia muy discreta donde se pasaba mucho frío y mucho calor pero que empezó a servir como centro de reunión, de celebración y de Fe para los habitantes.
No recuerdo el año, mi esposa me lo ha contado pero no lo recuerdo, un rayo de esperanza se abre en Setteville. Por fin las madres pueden salir con los niños a la calle a un lugar sin coches. Setteville va a tener su propia plaza, por fin, delante de la Iglesia que está ubicada en los bajos de una especie de nave industrial, en el “centro” del barrio. La plaza la paga el Comune de Guidonia pero se la deben al Beato Juan Pablo II que, en un encomiable esfuerzo, había decidido, costara lo que costara, visitar como Obispo de Roma todas las parroquias de su diócesis. El Comune, para maquillar un poco la zona, asfalta una rotonda en frente de la Iglesia y pone cuatro bancos y una fuente. No es mucho, pero el hecho de que un político italiano se gaste dinero en una plaza para un barrio de trabajadores de clase media-baja seguro que es otro milagro que podemos atribuir al Beato.
Algunos conatos de asociación, algunos intentos de lista cívica… pero las nuevas generaciones que se van convirtiendo en adolescentes se empezaban a perder en la desesperanza que genera el vivir olvidado, viendo cada día como la clase política no hacía nada y como empezaba a aparecer el trapicheo por las esquinas y la prostitución por las carreteras. No obstante el declive moral de la juventud (sexo, drogas, alcohol, pasotismo religioso) que se instala a pasos agigantados en Setteville (a un ritmo superior si cabe que en el resto de Europa), los parroquianos sienten que deben tener una Iglesia más digna, se busca el dinero y se proyecta una nueva parroquia que pueda dar cabida a los grupos de Scouts, Acción Católica, catequesis, etc… que eran la única dinamización del barrio.
Como es bien sabido Italia es una zona sísmica de primer orden y quizá por eso, la llegada de un nuevo párroco provocó un terremoto de magnitudes que escaparon de la escala Richter. Al demonio todavía le está escociendo.
Dicen las malas lenguas que a Don Gino, el nuevo párroco, no le querían dar una parroquia por ser un hombre de enorme carácter, propenso a encolerizarse y a padecer por lo tanto del corazón (lleva si no me equivoco tres by-pass). Yo pienso que en realidad, lo que le pasa a Don Gino es que en su corazón tocado por Cristo, enamorado de María y de la Iglesia, no le entran mas personas. Lo que le pasa a Don Gino es que como le Amaron demasiado él es capaz de amar demasiado, tanto que de vez en cuando revienta.
Don Gino es una de esas vocaciones tardías, una tipo San Agustín. Un hombre sofisticado que, habiendo probado casi todo, redescubrió la Iglesia que había abandonado y se entregó a ella en cuerpo y alma. Mirando su propia juventud malgastada en buscar la vida en donde no podía hallarla se volcó con los jóvenes. Fue rector del Seminario Redemptoris Mater de Newark en sus inicios y, debido a sus problemas de corazón, tuvo que regresar a Italia y abandonar la misión a la que como sacerdote diocesano misionero se sentía llamado.
De tapadillo y para que no hiciera mucho ruido, a Don Gino, lo mandaron de párroco a Setteville, a un agujero (un “buco” como dicen allí) y allí Don Gino hizo lo que sólo puede hacer un corazón arrebatado, comenzó a amar a los habitantes de ese lugar y apoyado en la oración y los sacramentos comenzó a predicar, desde el atril, casi siempre con gritos, muchas veces con polémica, con malos modos si cabe. Y mientras predicaba desde la Fe, apoyándose en la Verdad que es Cristo, los demonios comenzaron a huir de Setteville asustados.
Construyó un parque con cesped y columpios al lado de la Iglesia, abrió el Camino Neocatecumenal en la parroquia, promovió la Acción Católica (desde la seriedad y no desde la política y el buenismo), volvió a llevar a los Scouts a misa, hizo encuentros, novenas, catequesis, procesiones. Promovió una nueva lista cívica, reclamó los derechos de esa gente ante el Comune, Potenció las fiestas del barrio en torno a la festividad del Nombre de María (ya que la parroquia se llama Santa María a Setteville) preparó un terreno de juego con canastas y porterías, y salió a la plaza, a la calle, decoró la nueva Iglesia con pinturas e iconos bellísimos… habló a las gentes del enorme Amor que Dios les tiene, de la enorme dignidad que tienen como hijos de Dios. Les contó que por la Sangre derramada por Cristo es posible amar a tu esposa o esposo y no divorciarte, que es posible salir del sexo, de la droga. Llamó a sacerdotes jóvenes y serios a trabajar con él en la parroquia, Don Giuseppe, Don José (un murciano que ahora misiona en Palencia), Don Federico, etc… Organizó peregrinaciones, excursiones… y en cada cosa que hacía, en cada acto, en cada fiesta predicó y predicó y predicó una y otra vez sin descanso el Amor de Dios…
Setteville sigue siendo un “buco”, sigue sin aceras, sigue siendo esclavo de los atascos y de la dejadez de los corruptos y despreciables políticos que no son capaces de mirar a las personas como a personas, pero algo ha cambiado en estos años en los que Don Gino ha sido llevado allí por la Providencia. Donde abundó el pecado sobreabundó la Gracia.
Y ahora, en torno a Santa Maria a Setteville florecen los matrimonios jóvenes fértiles en hijos y en Fe, cerca de 100 niños han nacido en la parroquia (entre los que, sin habitar allí, quiero sumar a mis tres hijos), los jóvenes han regresado a la Iglesia, las misas están abarrotadas, han surgido siete vocaciones sacerdotales de las cuales tres ya han sido ordenados (entre ellos mi suegro, otra vocación tardía, muy tardía), múltiples experiencias de retiro espiritual, dos vocaciones a la vida religiosa… y mi matrimonio.
En cierta ocasión, mi esposa que como ya habéis adivinado es natural de Setteville, estaba visitando la cárcel de Rebibbia en Roma con su comunidad, un hermano de su comunidad, hoy día padre de familia numerosa, se le acercó y le dijo: “si pienso que en esta cárcel están casi todos mis amigos de juventud… ¿qué hubiera sido de mí si no hubiera conocido a Cristo?”.
Si “capita” que están ustedes por Roma, no dejen de coger el autobús, cualquiera que pase por la Tiburtina, y acérquense por Santa Maria a Setteville, visiten el templo que es precioso y un curioso museo que se encuentra a modo de cripta en los bajos de ésta. Si tienen suerte y son las fiestas del barrio tendrán la fortuna de participar del festival gastronómico que hacen los parroquianos, “la sagra”, y que es famoso en todos los pueblos del entorno, compren algunos boletos de la tómbola, “ la pesca”.
En cualquier caso acérquense a escuchar una homilía de Don Gino. A lo mejor no entienden nada porque, obviamente, predica en italiano, pero saben una cosa, los demonios hablan lenguas, y sí le entienden. Por experiencia propia les diré que salen huyendo.
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